Al igual que en otros ámbitos de la vida, la medicina y la salud pública se encuentran repletos de aforismos y sentencias procedentes de personajes que gozaron de más o menos celebridad que, aunque no pertenecieron a la comunidad médica, muy probablemente la padecieron. Por su objetividad y mirada crítica pueden ser usadas en la actualidad para valorar los avances y el estado actual de esta histórica profesión nuestra.
En una medicina repleta de avances tecnológicos no debemos olvidar las ciencias básicas, como por ejemplo la anatomía, que es esencial para cualquier médico y es la base de la cirugía. Así lo expresaba Jean Fernel cuando decía que "la anatomía es para la fisiología lo que la geografía para la historia: describe el escenario de la acción". En el Theatrum Anatomicum de Paris se puede leer una inscripción que dice “Hic locus est, ubi mors gaudet succurrere vitae” (Aquí los muertos gozan ayudando a los vivos). Oliver Wendell en una de sus clases al hablar de la tuberosidad isquiática decía “esto, caballeros es la tuberositas ossi ischii, pensada para que el hombre se siente mientras contempla la creación”.
Las artes de sanar han sido múltiples y también los remedios para obtener la curación del enfermo. Salomón decía que la mejor medicina es un ánimo gozoso, Séneca que una parte de la curación consiste en ser curado y Voltaire afirmaba que los médicos meten drogas que no conocen en un cuerpo que conocen todavía menos.
Sin embargo, el mundo de las enfermedades es un enigma. ¿Tenemos los médicos “nuestras enfermedades favoritas”, como decía Henry Fielding?. No se sabe. A pesar de listas interminables de etiologías la mayoría de las enfermedades no tienen causa conocida. “Es un arte conjetural, que casi carece de reglas” (Celso). En palabras de Huxley, “la investigación de las enfermedades ha avanzado tanto que cada vez es más difícil encontrar alguien que esté completamente sano”. Moliere era más pesimista: “casi todos los hombres mueren de sus remedios, no de sus enfermedades”.
Está claro el papel del médico cuando la salud falla, sin embargo su figura ha cambiado a lo largo de la historia. Hace unos siglos la medicina era considerada un arte y la mayoría de los galenos eran a la vez doctores, pintores, escultores, escritores o arquitectos (“el médico que a la vez no es un filósofo, no es ni siquiera médico”, José de Letamendi). Cada vez la medicina es más especializada y despersonalizada, lejana al modelo humanista de Hipócrates y Leonardo, propiciada por aquellos que buscan el error médico (“Médicos. Hombres de suerte. Sus éxitos brillan al sol… y sus errores los cubre la tierra”, Michel E. de Montaigne). La medicina es cada vez más defensiva y alejada del paciente, de sus emociones y preocupaciones (“si podeis curar, curad; si no podéis curar, calmad; y si no podéis calmar, consolad”, Augusto Morrei).
La influencia de las nuevas tecnologías y el mundo de la información han permitido acercar los conocimientos científicos a nuestros pacientes que en la mayoría de casos carecen de la formación suficiente para interpretarlos (“cuando estamos sanos, todos tenemos buenos consejos para los enfermos”, Terencio).
El culto al cuerpo está a la orden del dia y puede desencadenar obsesiones y enfermedades psicosomáticas. Debemos hacer caso a Quevedo cuando decía “la posesión de la salud es como la de la hacienda, que se goza gastándola, y si no se gasta, no se goza”; o sea: viva la pepa!. Sin embargo, si se vive con poco respeto al cuerpo nos puede venir una minuta tan elevada como dolorosa (“las enfermedades son los intereses que se pagan por los placeres”, John Ray).
Entre este aglomerado de sentencias y reflexiones, queda un sitio para la ironía. Llegada la edad provecta, ¿cuál es el amigo cuya muerte repercute más dolorosamente en nuestro corazón…? “El caido de la misma enfermedad que nos aqueja” (Santiago Ramón y Cajal) o “¿cuál es es único dolor soportable…? El ajeno” (anónimo).
La cirugía ortopédica no se escapa a los dilemas presentados. La medicina defensiva, el desarrollo desmesurado de nuevos implantes, la cultura de la prisa o la invasión de nuevas técnicas por intereses comerciales, pueden variar nuestras pautas de actuación aprendidas. Por todo ello, al igual que tenemos en cuenta los principios del juramento hipocrático, no debemos olvidar el objetivo principal de nuestra especialidad, que fue bien definido por A. Graham Apley: “el arte y la destreza en Cirugía Ortopédica no están dirigidos a elaborar una determinada colocación de las partes afectas, sino a restaurar la función de manera global”.
No obstante, no perdamos el rumbo ni nos volvamos locos. La sabiduría reside en la cultura popular, esa que dice "hombre refranero, hombre puñetero...". Pues eso.
1 comentarios:
Muy bueno. Al leer las citas me recordaba a aquella asignatura optativa de 1º "El Hombre Enfermo".. más bien "filosofía del hombre enfermo y su circunstancia".. Me quedo con las reflexiones de Quevedo y el anónimo!!
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