Para la mayoría de los cirujanos la consulta es un aburrido trámite. Está claro: si nos gustara pasar el tiempo detrás de una mesa nos hubiéramos hecho funcionarios, tertulianos de TV o internistas, aunque cada día estemos más cerca de los primeros y más lejos de los últimos.
La consulta es el epicentro de los recomendados, los de la casa, los compromisos de empresa, los estudiantes, los residentes y, en menor medida, algún que otro paciente al que encontrar algo que sea susceptible de poner sobre la mesa que más nos gusta: la de quirófano.
Como digo, suele ser algo rutinario y habitualmente algo reiterativo: “cuándo me quitan los puntos, no me veo preparado para trabajar, de qué material está hecha la placa, si esto pita en los aeropuertos….”, y etc, etc….
Esta mañana fue distinta. Todo discurría con normalidad, hasta que vino Rafael, operado cinco veces (ya es casi de la familia) a la revisión anual de su muñeca. Tras ver la movilidad, la radiografía de control y cómo se maneja en el trabajo, toca el cuestionario DASH. Estos test funcionales modernos son muy útiles para realizar trabajos científicos, pero todos tienen alguna pregunta comprometida. En este caso, la número 21, la referente a la actividad sexual. Casi todo el mundo (incluido un servidor) pasa bastante rápido por esta pregunta, pero mira por donde Rafael nos explica hoy con todo lujo de detalles cómo se apaña en amor y compañía con su muñeca artrodesada. Hay que ver lo que da de sí una articulación fijada en posición funcional (¡la imaginación al poder!).
El siguiente es un paciente nuevo, que viene a por una segunda opinión acompañado de la que parece ser su esposa (recomiendo no preguntarlo nunca, por si acaso). Tiene la mano maltrecha tras un accidente de moto tratado en otro centro. No hay mucho que hacer y le pregunto qué cosas no puede hacer. En estos casos suele preocupar mucho no poder conducir, montar en bici e incluso, volver a trabajar. En este caso no. La mujer contesta: ya no me puede coger el culo… “¿Cómo?” -pongo cara de no haber oído nada-. La mujer insiste, gesticulando y levantando los brazos separados, con las palmas hacia arriba y los dedos semiabiertos como si sostuviera dos melones (o como se llamen) en el aire: “ya no me puede coger así, como a me mi gusta…”. El paciente asiente con la cabeza y esboza una pequeña sonrisa de complicidad.
Me viene a la cabeza entonces aquella chica joven obsesiva del gimnasio con dolor anterior de pelvis de 3 semanas de evolución. Parecía una pubalgia común post-exceso de ejercicio. Como procede, le pido que se tumbe en la camilla y se levante la falda. Mientras busco una sábana para cubrirla mientras la exploro, se levanta de la silla y pregunta “¿con o sin bragas”. ¡Rayos!, pienso. “Con bragas, por supuesto”, le contesto. Me mira un poco asombrada y contesta: “menos mal que vengo preparada” y saca del bolso que le cuelga del hombro derecho (es lo único que le cuelga a la chica), una pieza de ropa interior mínima de color rosa que se coloca con gran naturalidad en un abrir y cerrar de boca, previo a tumbarse en la camilla dispuesta a que le explorara sus caderas. Menos mal que estaba acompañado por una residente (lo digo para poder contarlo…).
Que pase el siguiente. Mas o menos igual. Lo que viene después no se sale del tema central del día: un politrauma con fractura de pelvis tipo C con osteosíntesis por delante y por detrás (perdón) que si bien ha quedado radiológica y funcionalmente muy bien, se queja de dificultad para mantener la erección durante el sacrosanto acto del matrimonio; una mujer con espondilolistesis tipo II que si bien le aconsejamos que no hace falta realizar una cirugía por encontrarse asintomática, refiere molestias en la zona lumbosacra cuando se encuentra sobre su pareja montando a caballo (dejémoslo aquí); y así prácticamente todo igual hasta el final de una consulta salpicada en mayor o menor medida de pinceladas de tensión sexual no resuelta.
Por fín acaba la consulta. Echo un vistazo al techo y las esquinas (por si hay cámara oculta). Estoy acostumbrado a contemplar el exceso de hormonas de mis residentes (sobre todo los dias salientes de guardia), pero no a luchar contra los disturbios hormonales de mis pacientes. No es San Valentín, ni han dicho por las noticias que se acabe el mundo mañana… pero el tema está revuelto. El motor de la sociedad no es el dinero, el trabajo ni la salud, sino el intercambio de fluidos en momento y forma adecuados. Ese es el auténtico opio del pueblo.